«Un diario personal es una excelente compañía»

´En la red del mundo, 1972-1977 (Diario personal)´ es el título del libro que el filósofo, poeta, narrador y profesor Ignacio Gómez de Liaño publicará en breve en la editorial Siruela. En esta obra se encuentran algunos apuntes escritos en Eivissa en el año 1972, de los que presentamos en esta página una selección.

IGNACIO GÓMEZ DE LIAÑO Miércoles, 5 VII 72. No hace mucho que ha salido –de nuevo por el mar– el sol. Ayer por la noche se entonaron en el barco algunas canciones con acompañamiento de guitarra y tocadiscos. Un grupo muy animado de chicas hizo en el puerto el «poema» de los rollos de papel higiénico: un cabo de la tira está en el barco y el grueso del rollo en el puerto. Los rollos eran de color rosa y amarillo. Fue un poema de expectación, viento y desgarro. Charlé con Harry, un joven de Nueva York de origen judío, ojos verdes y pelo negro ensortijado. Sus padres quieren que estudie electrónica, él aún no sabe qué elegir. Por fin, dejé en consigna la pesada maleta que llevaba conmigo y que está llena de libros. El encargado comentó que como no fuese una bomba no sabía qué podía contener. Ahora estoy sentado en un banco de piedra y hierro de Vara de Rey. No tengo ninguna sensación especial, sino un dejarse estar, sin más, una especie de retorno a la época vegetal. Tengo ganas –pero no excesivas– de volver a encontrar las caras que aquí dejé. Desde entonces han pasado tres semanas; parece mucho más tiempo. Hoy me quedaré aquí, y mañana me encaminaré a la casa de Herminio Molero, que está en el campo, por San José. Lo primero que haré será el poema visual para el Programa de Ferias y Fiestas de Peñaranda de Bracamonte, que me ha pedido el Ayuntamiento, después vendrá lo del Conde de Villamediana. E iniciaré mis estudios de yoga…. y de sánscrito.

¿Dónde quedan los Encuentros de Pamplona? ¿Qué se hizo de todo aquello? Es esa condición desfalleciente de las cosas, con la que juegan los grandes manejadores, esos aliados del desfallecimiento general del mundo. Quizás ocurra que sean sólo las cosas y no el mundo lo que sentimos desfallecer, y haya otra realidad donde lo limitado y lo sin límites converjan. Estando en La Tarántula llegaron Herminio y la familia Gonzalo. Están trabajando en el taller de serigrafía. Se produce una discusión sobre el crucifijo de oro que Herminio lleva, regalo de su madre. Hablamos de la geometría, y discutimos sobre las vidas anteriores y post mortem.

Martes, 15 VIII 72. Ayer bajamos a Ibiza. En La Tarántula Tomás me tenía reservadas sorpresas sobre el Dr. Alva. Después de preguntarme por él, me dijo que Alva era escritor, que era el autor de un libro publicado contra la Guardia Civil en Italia y que había escrito novelas. Fui a decírselo a Edison Simons. Su subconsciente elabora entonces una nueva mistificación. Cuando fue a visitar a Marisa Torrente en la galería Vandrés, Edison tuvo el presentimiento de que este Alva era alguien que conoció en los años de Facultad. Recordó su quijada prominente y sus gafas de carey. Había coincidido con él en la casa del pintor Jardiel. Le explicaron su mitomanía, que todos daban por algo natural en él, que había estado en cárcel cinco años y que ahora lo buscaban para que pagase veinte años. Sus delitos tenían que ver con la estafa. También me dijo Edison que, en la época de la Facultad, se hacía pasar por su padre, crítico y traductor de Rilke, para así poder ligar mejor a las chicas. El arco se cierra. Pues Rilke tuvo relación, o unión familiar, con los príncipes de Tassis. Y el Conde de Villamediana era también Tassis.

Villamediana, bajo cuya advocación hacemos el libro poético. Otra coincidencia fue que Herminio, el primer día o el segundo de estar en Madrid, yendo al Café Gijón para ver a Alberto Suárez y Pedro Almodóvar, vio, sentado en un banco de Recoletos, a Alva, acompañado de una chica convencional. Se dirigió a él:

–¿Tú eres de Ibiza, no?

Alva le preguntó por mí.

–Ignacio se ha quedado en las montañas –contestó Herminio.

En La Tarántula me di de bruces con Lluc, y aparecieron a continuación Fernando Huici y Manolo Oria. Fernando está camino de la comuna en la que va a integrarse. Ramón se deshizo de su billete y todos –viajando– se vinieron. Aquí se alucinaron con mis poemas. Pero todo se iba aglomerando. Discos, músicas, personas, deseos, empleos y usos de cada cual. Fernando Huici, en el desayuno del día siguiente, me dio la nota-partitura-señas de Sylvano Bussotti y las fotos de los globos de los poemas aéreos de Pamplona. Caminamos mucho tiempo. Nos maravillamos de las correspondencias entre su casa de la comuna y la de aquí: allí olivos, aquí pinos; allí gran pino, aquí gran olivo. En ambas, pozos sonoros. Al gran pino allí lo llaman Gigante; al Olivo, aquí, Dragón.

Miércoles, 16 VIII 72. Escribo en la terraza del Montesol. Estoy a la espera de que me lleguen los espejos y las ruedas o discos de cristal. Fernando Huici se ha ido a Formentera. Me habló de su tribu. En el monte hay un receptáculo transparente para contemplar el cielo estrellado. La astrología como lenguaje, el lenguaje de las estrellas. A su comuna prefiere llamarla, por el momento, tribu. Le di algunos hachazos sobre el concepto de comuna. A Edison se le ha ocurrido señalizar las páginas del libro como si fuese una ciudad.

Viernes, 18 VIII 72. Ayer por la tarde, cuando bajábamos al colmado de la carretera, envueltos por una luz cenital, acompañados de los perfiles fascinantes de las montañas y del brillo rojizo de la media luna, ocurrió un fenómeno muy curioso. Me sentí perdido. Era como si llevase andando un tiempo indefinido por otro camino, como si en un instante, al paso de una onda, aura o ráfaga mental sutilísima, el tiempo hubiese terminado, y las cosas no fuesen ya las mismas. Es verdad que hasta ese momento yo iba hablando, sumergido en las palabras y fuera de ellas. Edison sintió lo mismo. No sé si a Herminio le pasó otro tanto.

Por la noche, después de la cena, hablamos de Wittgenstein, de su misantropía, de su ‘Tractatus logico-philosophicus’ como campo de batalla. En la sobremesa, con la luz de gas y la de la luna en el porche, llegó Fernando ligeramente demacrado y exhausto. Fue como una aparición. Dijo haber tenido una experiencia muy extraña a la salida del sol en ácido. A la vuelta, Fernando me contó su iluminación: la playa, la salida del sol, el ojo de oro, el hilo quebrado de oro, la caravana de camellos por el desierto, el hueco en las nubes que conduce hacia el Otro País… Dice que precisa cambiar de vida. Cené al regreso y monté el teatrito. Llegaron Lluc, Ramón, Manolo Oria. Yo me fui a la cama, y ellos al bosque, donde dormirían.

Sábado, 26 VIII 72. Espero a que abran la ventanilla de Lista de Correos. Hace unos minutos ha venido a mirar en su apartado Manolo. Cuando iba a salir le pregunto:

–¿Dónde ésta Elizabeth?

Noto que se pone nervioso y me dice que la ha visto la noche pasada en La Tarántula. Termina preguntándome:

–¿Por qué sabes que la conozco?

–Porque te he visto alguna vez con ella.

Se va. Aparece un chico moreno, que voy reconociendo como uno que vi en La Tarántula hace quince días y se quejaba de tener un rollo muy down. Me pregunta por el símbolo de Hermes y por la carpeta que yo llevaba. En Correos tengo una nota de la revista alemana Akzente. Me van a pagar doscientos marcos por mi colaboración en el número dedicado a la poesía experimental en España. Aparece Elisabeth, que llegó a la Choza (Can Arnau) a las dos de la mañana, durmió bajo el Dragón y dejó un mensaje, pero yo no pensaba que pudiera estar en casa. Le digo que me he encontrado con Manolo. Dice tener que hablarme, pero que no es el momento.

Ya en el barco, alguien me da el rollo de papel típico de estas ocasiones, y aparecen infinitas tiras de papel de diferentes colores al zarpar el barco. La última en romperse fue una amarilla. Bello poema.

ENTREVISTA

VICENTE VALERO —Los diarios han acompañado su trayectoria vital e intelectual. ¿Por qué se escriben los diarios?
—Empecé a escribir estos diarios, casi como notas taquigráficas, a finales de 1971, en mi primer viaje a Nueva York. Muy pronto empezó a desempeñar papeles muy diversos, desde apuntar las experiencias que yo había tenido a esbozar proyectos de poesía o acciones poéticas, que era lo que hacía por entonces. Vi que un diario personal es una excelente compañía, que nunca te falla. Y una especie de espejo, en el que te miras y puedes ir viendo cómo eres. Y es también una terapia. Estas son funciones que fui advirtiendo con el paso de los meses. Se convirtió en una compañía tan insustituible que ahora mismo el diario tiene unos ciento cincuenta volúmenes escritos a mano…

—¿Son también como un taller donde se han ido gestando sus libros?
—Por supuesto, y creo que una parte del interés que tienen es ver cómo se han ido desarrollando mis obras, desde mi edición de ‘Mundo, magia, memoria’, de Giordano Bruno, por ejemplo, o mi primer libro filosófico, ‘Los juegos del Sacromonte’, de 1975. En estos diarios se ve cómo se va haciendo, deshaciendo y rehaciendo el autor de los libros.

—Y ahora decide publicar unos extractos, los apuntes escritos entre 1972 y 1977. ¿Por qué se publican los diarios personales?
—Bien, inicialmente había publicado un extracto de mis diarios hace ya algunos años, concretamente las páginas donde daba cuenta de mi relación, mis conversaciones, con Salvador Dalí, en Cadaqués y en Madrid. El resultado de aquel extracto fue ‘El camino de Dalí. (Diario personal, 1978-1989)’. No había pensado nunca en publicarlo, cuando lo escribía no tenía en la cabeza la posibilidad de su publicación, pero en el caso de Dalí pensé que podía aportar algo a su vida y a su obra. Lo cierto es que lo hice más pensando en Dalí que en mí.

—Y en el caso de los extractos que va a publicar ahora, ¿cuál es la motivación?
—Se trata de un periodo muy importante en mi vida, el que va desde 1972 a 1977, que es también un periodo relevante, de cambios, en la vida de este país. Hay momentos críticos personales, como mi expulsión en marzo de 1972 de la Escuela Superior de Arquitectura de Madrid, donde daba clases… Y se reflejan los momentos críticos que vivía España en aquellos años, no por una voluntad de crónica, pues ya digo que uno no piensa, cuando escribe en el diario, que va a publicarlo, sino porque si uno tenía, por ejemplo, la paranoia de que te estaba persiguiendo la policía por todas partes, como era mi caso, pues acaba saliendo también en el diario… Al final me fui a Inglaterra en aquel tiempo y no regresé hasta la muerte de Franco.

—Y en 1972 viaja a Ibiza por primera vez…
—Vine primero unos pocos días en junio de 1972, pero en julio ya me trasladé para pasar el verano. Después tuve que ir a Suiza, en septiembre, pero inmediatamente regresé a la isla. Ibiza era uno de los lugares más cortejados por la juventud, era un polo de atracción, un lugar donde intentar otra forma de vida. Se practicaban experiencias muy diversas, en el caso mío también experiencias poéticas… Algunas de aquellas obras, experimentos poéticos que yo llamaba ‘ídolos’, aparecen también reproducidas en mi diario. En Ibiza había gente apegada al terruño y gente digamos volandera. Estuve viviendo al principio, en el campo, con el poeta, músico y pintor Herminio Molero, que estaba por aquí cuando llegué yo. Era una sociedad muy pequeña, había mucha confianza, nos conocíamos todos y había mucha libertad para contarnos nuestra propia vida y nuestros proyectos. Los de fuera acabábamos siendo como una familia. Regresé varias veces más en los años siguientes y aquí empecé a escribir, por ejemplo, mi libro ‘Los juegos del Sacromonte’.

—¿Conoció el mundo de las drogas?
—Desde luego era muy frecuente. Abundaba el hachís, que yo tomaba. Otros se fueron hacia el ácido lisérgico, aunque no es mi caso. Una y otra, bien utilizadas, podía formar parte de un proceso de creatividad, al menos en mi medio sé que esto era posible. Pero al final de mi estancia de 1972 vi cómo se formaban, o al menos así está apuntado en mi diario, redes en relación con la heroína, lo que creó un ambiente un poco desagradable. Vi cosas que no me gustaron y que yo deduzco que tenían que ver quizás con las primeras redes de tráfico de heroína. En consecuencia aumentó también la vigilancia policial.

—Coincidió aquí con una serie de personas que aparecen también en sus diarios. Por ejemplo, con Gonzalo Torrente Malvido, autor de la novela ‘Hombres varados’, que trascurre en la isla, e hijo del también escritor Torrente Ballester.
—Fue una de las primeras personas que conocí en Ibiza, pero él se me presentó como el ‘doctor Alva’, que dirigía un equipo postoperatorio en Londres, de enfermedades extrañísimas… Me pareció muy delirante lo que me contaba, pero a mí siempre me ha gustado todo lo delirante… Años después, seguí viéndolo en Madrid y ya supe que no era ningún doctor Alva.

—Ingeborg.
—Fue un caso tremendo. Uno de mis experimentos poéticos tenía que ver con teatritos y con la idea del punto. Leonardo decía que la pintura nace de la dilatación de un punto. Y un día, paseando por Dalt Vila, vi un letrero que decía ‘El Punto. Teatro de muñecos’, así que me sorprendió tanto la coincidencia que llamé a la puerta y conocí a aquella mujer tan amable y elegante, que me recibió muy bien y me enseñó los muñecos. Volví otro día para ver el pequeño espectáculo. Y antes de irme de la isla, deposité en su casa -con su permiso y ante su perplejidad- mis experimentos relacionados con el teatro y el punto. Años después, ya en Madrid, me llamaron de comisaría para preguntarme de qué conocía yo a Ingeborg. Así me enteré de dos cosas. Primero, de su terrible asesinato con una máquina de escribir. En segundo lugar, de que la policía conocía al detalle todos mis pasos por aquella Ibiza de los años 72 y 73…

 Fuente texto y foto: diariodeibiza.es

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